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Entrevista con Alberto Fuguet

Publicado en diario «Río Negro»

Hubo un tiempo en que Alberto Fuguet estuvo peleado con todo el mundo. No con medio mundo, como suele decirse en estos casos, sino con todos y cada uno, con honrosas excepciones: sus fans.

Eran los 90 y Fuguet había publicado «Mala onda», una novela que revelaba intimidades, usos y costumbres de la clase social chilena más acomodada en el Santiago de los 80. En «Mala onda» hay mucho gesto punk por parte de su protagonista, Matías Vicuña; mucho padre «pendex» de billetera abierta las 24 horas, mucha «merca» en los baños y mucha pero mucha indolencia ante un mundo hipócrita siempre amenazado de pronta autodestrucción.

Por supuesto, las almas conservadoras del otro lado de la cordillera odiaron a este joven escritor nacional, intruso, letrado y criado hasta los 13 años en Encino, Estados Unidos, y que entonces, de vuelta en casa, se permitía el lujo de exponer en la vidriera los pecados adultos que –se sabe, se recomienda– deben permanecer en la sala del fondo, junto a la mesita y la chimenea. La derecha chilena lo odió por esto, al unísono y sin medida.

Sin embargo, Matías, ese dignísimo hijo de su padre, el que ronda por los mismos pasajes oscuros aunque siempre elegantes de un Santiago que emerge hacia una nueva economía, tiene el descaro de romper los delicados códigos de convivencia que mantienen a una cultura separada de otra.

Matías Vicuña se quita la máscara sagrada y un día calfica de espantosos los intocables, los solemnes pósteres de Violeta Parra, hiriendo así a otro segmento, a otro grupo de pertenencia que identifica a la sociedad chilena. La izquierda trasandina lo odió por esto, al unísono y sin medida.

Sin prisa pero sin pausa Fuguet se transformó en el paladín de una nueva literatura latinoamericana que parecía levantarse de entre las flores y las estatuas de bronce que había sembrado el realismo mágico.

Fuguet, como líder impensado, recopiló autores y con ellos armó un libro, «McOndo». Con el solo nombre queda explicado su sentido. «McOndo» fue el reflejo de lo que estaba pasando en materia literaria pos-Macondo. Los que amaban a Gabriel García Márquez lo odiaron por eso. Desde entonces y, probablemente, para siempre.

Debajo de la polémica había, hay y seguramente habrá un escritor por derecho propio. Un autor sobresaliente, verdaderamente distinto y original.

Fuguet acaba de publicar en la Argentina «Missing» (Alfaguara), acaso su mejor libro desde «Mala onda», donde relata la búsqueda de un tío perdido en el gran país del Norte. Pero en Chile ya se publicó «Aeropuertos» y Fuguet no se detiene allí. Su próxima novela, que está escribiendo, significará un reencuentro con Matías Vicuña muchos años después de la coca, los pósteres de Violeta y los ceños fruncidos de los adultos que maldecían su desparpajo generacional.

–Los periodistas siempre nos sentimos tentados de preguntarle al escritor qué parte de su novela es autobiográfica. Leyendo tu novela pensé en Truman Capote, en Norman Mailer… pensé en un artículo de Dan Hogan donde cuenta que Capote hizo pasar por verdadera una auténtica ficción en «Féretros tallados a mano». En definitiva, pensé en lo significativo que se vuelve «lo real» en «Missing», una novela donde parece no haber espacio para la mentira o la fantasía literaria. Cuando crucé la última línea vino a mi mente una pregunta obvia pero hasta cierto punto necesaria: ¿y si no fuera verdad todo esto? Entonces mis preguntas para vos son: ¿podrías haber construido «Missing» utilizando tu pura capacidad para ficcionalizar? ¿Por qué sentiste que era imprescindible escribir solamente a partir de hechos y personajes reales?

–Quizás una de las cosas que quería hacer en «Missing» era justamente que no me preguntaran eso, y por eso opté por hacerla lo más transparentemente autobiográfica posible. Dicho eso, no es 100% real pero no es pura ficción, para nada. Yo diría que es un 97,5% real si es que se puede cuantificar o sopesar lo «real». Creo que «Missing» podría ser perfectamente no real y funcionar igual a nivel literario puro pero creo que decir que es verdad (y lo es, en gran parte) ayuda a enganchar al lector, al menos el contemporáneo, que se siente más dispuesto a sumergirse en algo «real» que en algo «falso». Esto lo sé por mí mismo puesto que, en efecto, cada vez me cuesta más leer ficciones que miran más hacia el siglo XIX o hasta XX. Para mí leer ficción pura necesita de algo extra y ese extra no tiene que ser real pero necesita de un lenguaje pos-siglo XXI. Ahora, ¿si hubiera podido inventarlo todo? No lo sé. Quizás no. Ya había escrito de Carlos de manera tangencial y en esas ocasiones supongo que capté que no me daba para algo mayor. No sé si sentí que era imprescindible. Lo cierto es que creo que «Missing» no sólo es, como he dicho, una novela de no ficción sino el making of o los apuntes de una novela «normal». Creo que quizás me dio pereza escribir una novela «normal» acerca de Carlos, una novela en tercera persona, y organicé los retazos de lo que realmente sucedió. Lo más ficticio del libro es el monólogo, poema o canción que es cuando Carlos «escribe» su vida. Carlos no lo escribió, lo hice yo, y buena parte es inventada o exagerada. Lo construí a partir de datos verídicos, datos concretos que me contó y fui imaginándome qué sentía al vivir esas cosas, por qué tomaba tal o cual decisión. Hay un par de inventos míos ahí pero no son los que la gente cree. Son pinceladas por ahí o por allá. A la larga lo que importa es que la gente se lo crea y conecte y sienta. Eso a veces se puede lograr. Muchas veces no se logra aunque sea verdadero o falso. Supongo que ahí hay un ingrediente secreto. En este caso creo que fue mi conexión con el material y el poder identificarme y empatizar con ese personaje llamado Carlos, que es y no es Carlos. Para terminar: todo es real pero si conocieras a Carlos quizás te decepcionaría, entre otras cosas porque cuando uno conoce a alguien no accede a sus sentimientos o pensamientos.

–Espero que esto no te suene ofensivo porque no pretende serlo de ningún modo, pero Alberto Fuguet, el escritor, el personaje de la literatura contemporánea chilena, no parece nacido en Chile. Hay una suerte de fantasma, sombra, luz o algo que te hace inclasificable. Te hace distinto de la mayoría de los escritores latinoamericanos. «Mala onda», el libro que te hizo famoso, aunque está ambientado en Santiago tampoco se siente como un libro horneado en Chile (es más: diría que Roberto Bolaño tampoco parece chileno sino «españomexicano» y Alejandro Jodorovsky, «mexifrancés»). ¿Coincidís con esta mirada?

–Cero ofensa y sí, coincido, o me siento cómodo con el comentario. Hasta lo tomo como un halago. No porque no me sienta chileno, pero me gustaría pensar que lo que realmente importa en un autor es su obra, no su edad, raza o país. Quizás importa su idioma pero hasta ahí dudo a veces. No tengo claro siquiera en qué idioma fue escrito «Missing». No es 100% castellano. Yo sí nací en Chile pero mi idioma nativo es el inglés y sin embargo el idioma por el que opté y que es mi idioma es el castellano. Es mi idioma para todo, desde pensar hasta ducharme y, claro, escribir. En una era global, que es la era que me tocó, no ser del todo local no me parece un insulto. Sí me parece que ser apátrida lo es o que mis libros pareciera que pudieran ocurrir en cualquier parte. Yo creo que, a pesar de que quizás tenga un aire híbrido o liminal, a la vez sí son chilenos. O quizás de un nuevo Chile. O de un Chile o de una América Latina no tan escrita.

–He leído que estuviste muy cerca de dejar la literatura. ¿Es cierto esto? Y de serlo, ¿por qué tenías pensando abandonar una actividad que te convirtió en alguien reconocido y respetado?

–No hay que creer todo lo que uno lee, pero quizás sí… o me alejé. Entre «Tinta roja» y «LPDMV» pasaron muchos años: siete. Quizás lo que provocó una suerte de cansancio-desidia fue «McOndo», en el 96, que provocó una suerte de guerra que me llenó la cabeza de ruido. Ahora, releyendo tu pregunta, no estoy de acuerdo con la última parte: no me sentía respetado. Conocido, quizás. Acá, en Chile. Y más de la cuenta, pero «afuera» no y estaba algo harto de ser el imperialista, el que escribe de jóvenes americanos trasplantados. Incluso con «Missing» y ahora con «Aeropuertos» sigue ese estigma. Lo que pasa es que ya no me importa, ya no me siento totalmente chileno, por lo que lo que puede suceder en Chile dejó de ser tema (y me ha hecho, de paso, curiosamente, más chileno). Lo otro que creo que sucedió fue el cine. El poder finalmente hacer cine me cambió la vida y me replanteó qué implica narrar. El hacer cosas raras como el libro de Caicedo, recopilar la obra crítica de Héctor Soto o publicar casi bajo el radar algo como «Apuntes autistas» me hizo desaparecer sin tener que perderme del todo. Creo que filmar contribuyó mucho en la manera como escribí «Cortos», «Misssing» y «Aeropuertos». El sentir, supongo, que no todo era literatura, que podía hacer otra cosa, me permitió escribir de otra manera. Y filmar lo que yo quiero. La combinación de todo esto ha sido una bendición. Ahora deseo filmar y escribir. Ser un narrador. Eso intento. Eso hago. A eso me dedico.

–»Missing» también huele a película. Pero, si uno mira atentamente, tu literatura tiene una estructura, una textura que remite al cine de manera hasta obligada. ¿Cómo construyes tus novelas? ¿Son primero una película, un guión antes que una novela en sí?

–Yo lo veo más como un documental. Pero sí, tiene mucho de cine aunque no me interesa personalmente filmarla. Lo del monólogo es claramente una road movie. Para mí cine tiene mucho que ver con USA y una de las cosas fascinantes de hacer «Missing» fue poder meterme en el territorio ficticio americano: desde Kerouac a Bukowski, McCarthy, Shepard. Creo que antes escribía novelas porque no podía filmar. Ahí están las primeras. «Tinta roja» es claramente una peli o un filme noir sudaca. Todo depende. Todas mis pelis han nacido sin una matriz literaria. No me interesa adaptarme. Ni escribo pensando en que sean películas. Ahora bien, el caso de «Aeropuertos» es frik porque ahí partió como un guión que se filmó y luego me quedó la duda de cómo esos personajes llegaron a ese momento. «Aeropuertos» se escribió de atrás para adelante; primera vez que sucede y no creo que suceda de nuevo.

–Al final final, «Missing» se transforma en el paladar del lector en una profunda y vertiginosa reflexión acerca de la vida. Acerca del devenir de los hechos cotidianos y de las personas no excepcionales. Carlos, al final final, no queda transformado en un héroe ni en un villano. Sólo un hombre, un buen hombre que tomó un camino que se perdía al final final de la pantalla. Pero no hablemos de Carlos, hablemos de Alberto. ¿Cómo te retratas a ti mismo? ¿Qué puedes decir de Alberto Fuguet cuando te preguntan quién es Alberto Fuguet?

–Gracias. Quería que Carlos pudiera ser un héroe sin serlo. Que tuviera una épica sin ser un «gran personaje». Supongo que eso se puede aplicar a muchos de mis personajes. ¿Y respecto de mí? Espero no ser un personaje. Seguro que algunos me ven como uno, pero no lo soy. No sé qué puedo decir o si corresponde. Hablar en tercera persona es, dicen, señal de esquizofrenia. Pero sí te puedo decir que me siento bendecido, que me siento que ando poseído por una creatividad, que tengo mil ideas y que creo que mi misión o mi vocación o a lo que me dedico es justamente a contar historias o, mejor, construir personajes y echarlos al mundo. Creo que me dedico a construir de a poco un planeta mío, quizás el planeta Fuguet, un sitio armado de libros y películas y artículos que constituyen un lugar donde me siento cómodo y a cargo. Yo al final casi no existo: existen mis álter egos. Carlos es uno de ellos.

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